La Navidad, esa época en que las luces parpadean más que las promesas políticas y los panetones compiten por el récord Guinness de pasas por centímetro cuadrado, llega también a la macrorregión sur del Perú. Mientras las familias se preparan para intercambiar abrazos y regaños en cantidades iguales, el periodismo no se queda atrás: los reporteros buscan historias que vendan más que las cenas navideñas en Moquegua, Arequipa o Tacna. Pero, ¿qué sentido tiene la Navidad en una región donde el turrón es tan duro como las entrevistas a políticos locales?
En el sur, los periodistas saben que la Navidad es un buen momento para mezclar emociones con críticas afiladas. No faltan titulares sobre ferias de artesanos, pero tampoco los escándalos de última hora que intentan colarse como el invitado incómodo a la cena. Sin embargo, entre tanto ruido informativo, el verdadero espíritu de la fecha a menudo queda enterrado bajo montañas de notas de prensa y «oficialismos» que intentan maquillar la realidad. Así, en vez de villancicos, a veces lo que se escucha es un coro de quejas y denuncias, desde el precio de los pavos hasta la falta de agua en comunidades olvidadas.
Pero no todo está perdido: la Navidad también nos recuerda que el periodismo, como el panetón, necesita de buenos ingredientes. Un poco de empatía, una pizca de ironía y, por supuesto, esa dosis de valentía que permite enfrentarse a las verdades incómodas. En el sur, donde las tradiciones y los desafíos conviven, el periodismo navideño puede ser el mejor regalo: una oportunidad para contar historias que no solo entretengan, sino que también enciendan las luces de la reflexión. Porque, al final, entre villancicos desafinados y titulares explosivos, lo que importa es dar voz a quienes más lo necesitan.
