Por: Katherin Huamán
En la era de la inteligencia artificial generativa, una habilidad esencial para periodistas y creadores de contenido es saber entrenar a su bot de redacción. No se trata solo de dictarle tareas a un programa que escribe frases bonitas: es, como bien sostiene Juan Carlos Luján Zavala, “enseñarle a imitar un estilo propio, comprender el contexto y producir textos coherentes, útiles y éticamente válidos”.
Entrenar a un bot de redacción significa alimentarlo con ejemplos claros de cómo escribimos. Mediante una secuencia de textos representativos —artículos, titulares, correos o guiones—, la IA aprende patrones de estructura, tono y vocabulario. Así, cuando se le pide redactar un borrador, resume entrevistas o elabora copys para redes, su resultado se ajusta mucho más a la identidad del autor.
Luján lo resume bien: “Un bot bien entrenado ayuda a ahorrar tiempo, multiplica ideas, corrige estilo, sugiere mejoras y hasta detecta repeticiones o inconsistencias”. es un asistente que organiza, reorganiza y propone rutas nuevas. Pero ojo, no sustituye la chispa creativa ni la intuición de quien sabe cuándo una frase pesa o sobra.
Sin embargo, este avance técnico abre preguntas éticas inevitables. La IA no es un autor autónomo: solo combina lo aprendido de textos humanos. ¿Qué pasa si el material que se usa para entrenarla contiene datos sensibles o confidenciales? ¿Quién responde por la veracidad de lo que produce?
El riesgo de perder control sobre la propiedad intelectual también existe, muchos sistemas reutilizan textos para seguir entrenando modelos más grandes.
Por eso, la validación humana sigue siendo irrenunciable. El periodista o creador debe supervisar cada salida generada, verificar datos, contextualizar y decidir qué se publica y qué no. Entrenar un bot de redacción no significa renunciar a la mirada crítica, sino usar la tecnología como un asistente que extiende capacidades.
En este equilibrio, la IA se convierte en una extensión de la creatividad, no en su sustituto. Entrenar bien a un bot es, en realidad, entrenar mejor nuestra forma de pensar, escribir y asumir la responsabilidad de lo que decimos al mundo.