De la calle a la cátedra: el legado fotoperiodístico de José Sotomayor
17 Jun, 2025

Por Katherin Huamán

José Sotomayor es un fotoperiodista que trepó nevados con cámaras colgadas al cuello. Arequipeño de nacimiento, egresado en 2015 de la Escuela Profesional de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA), encontró su vocación en el lente casi por casualidad. Mientras estudiaba, un amigo compró una cámara sin saber usarla. La curiosidad compartida por entender sus funciones despertó en José un interés que, con el tiempo, se convertiría en oficio y destino.

Durante sus años universitarios, accedió a una plaza de prácticas en el diario Correo. Allí eligió el puesto de fotoperiodista. Su cobertura más significativa ocurrió en el nevado Sinakara, en Cusco, durante la festividad del Señor de Qoyllur Rit’i. Subió más de ocho kilómetros cargando cámara, trípode, lentes y bolsa de dormir.

Allí permaneció varios días, conviviendo con la Nación de Qomayo, y fue en ese contexto que capturó una imagen que lo catapultó al reconocimiento nacional e internacional: en 2016, ganó el primer puesto del concurso nacional de fotografía organizado por Sony y fue finalista mundial en la categoría “Arte y Cultura”.

Sotomayor también trabajó como fotoperiodista en medios nacionales como La República y la Agencia Andina. En 2019 cubrió los Juegos Panamericanos en Lima. Su experiencia abarca desde fiestas populares y paisajes andinos hasta eventos deportivos internacionales.

Actualmente, ha dejado el fotoperiodismo de calle para dedicarse a la docencia en la Universidad Católica de Santa María, en Arequipa, donde forma nuevas generaciones de comunicadores. Considera que la fotografía es hoy más necesaria que nunca, especialmente en un contexto saturado de imágenes manipuladas por inteligencia artificial: “Nuestra tarea es seguir registrando lo real, para diferenciarlo de lo artificial. Lo nuestro es memoria”.

Peregrinación al Señor de Qoyllur Rit’i/ Fotografía de José Sotomayor

—José, ¿cómo fue cubrir una festividad como el Señor de Qoyllur Rit’i?
—Fue un reto. Para llegar hay que caminar ocho o nueve kilómetros en subida. Y no solo eso, se sube a 4,800 metros sobre el nivel del mar. Aunque vivo en Arequipa y las condiciones no son tan …., llegar ahí no es fácil. El cuerpo lo siente, y más si llevas cámaras, lentes, trípode…

—¿Y qué diferencia tiene con otras peregrinaciones que conociste, como la Virgen de Chapi?
—Es otra dimensión. La del Qoyllur Rit’i es una de las más grandes de Sudamérica. No es que llegues y regreses al día siguiente. Tienes que quedarte varios días: cuatro, cinco o hasta una semana si quieres entender lo que pasa allá arriba. No hay hospedajes. Llevas tu bolsa de dormir y te adaptas.

—¿Cómo nació tu interés por este tipo de coberturas?
— A mí me mueve registrar la cultura del país, porque son cosas que cambian, que desaparecen. Si no las documentamos ahora, en veinte o treinta años ya no las veremos. Junto a mi compañero revisábamos artículos y veíamos imágenes. La peregrinación del Señor de Qoyllur Rit’i me pareció interesante, algo que había que vivir. El diario Correo me dio esa posibilidad, porque ahí fue donde empecé a aprender en el campo.

—Y en medio de ese cansancio físico, ¿lograste encontrar algo que te marcara?
—Sí. Hay una imagen en especial. La tomé en la Nación de Qomayo, en el nevado Sinakara. Fue muy simbólica. Esa fotografía ganó el primer puesto del concurso nacional de Sony en 2016 y llegó a ser finalista internacional en la categoría Arte y Cultura. Fue algo importante, no solo por el premio, sino por lo que representó para mí como fotoperiodista.

«Pablitos» de la Nación Acomayo en el nevado Colque Punku durante la peregrinación al Señor de Qoyllurit’i en Cusco, Perú (01/06/15).

—¿Cómo ha cambiado tu relación con la fotografía desde aquellos años?
—Ahora ya no hago ese tipo de coberturas. Mi vida profesional se ha transformado. Enseñar también es una forma de seguir vinculado al oficio. Y, además, me ha permitido compartir con los más jóvenes lo que viví.

—¿Crees que la inteligencia artificial representa un reto?

—Creo que hay imágenes artificiales que ya son indistinguibles de una fotografía real. Pero nunca será lo mismo. Lo real es irrepetible. El deber del fotoperiodista es seguir contando lo que pasa. Porque esa es nuestra esencia, que en el fondo cuente una historia. Sin registro, no hay memoria. Y sin memoria, no hay historia. Es lo que trato de enseñar en las aulas.

—¿Y qué les transmites a esos estudiantes que hoy inician en el fotoperiodismo?
—Que el fotoperiodismo no es solo estética. Es testimonio, es responsabilidad. A veces somos la única memoria de algo que está desapareciendo. Hay que ser observadores. No mirar donde todos miran. Buscar lo que nadie está viendo. Porque ahí están las verdaderas historias.

José insiste en que los periodistas no son protagonistas. “Somos testigos”, dice. Pero es imposible no pensar que, sin testigos como él, muchas cosas no quedarían registradas. La fe de los andes. La lentitud sagrada de una peregrinación. O el Perú profundo, ese que siempre parece quedarse fuera del encuadre.

FOTO: José Sotomayor / Peregrinación al Señor de Qoyllurit’i
FOTO: José Sotomayor / «Los flamencos»

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